sábado, 11 de julio de 2015

Arte encarnado

En una casa de familia, las paredes escupían un hedor ácido y exhalaban un color oxidado, en ella habitaban 3 personas, una pareja grande de aproximadamente 65 años y un hombre amigo de la familia.

La señora de la casa intentaba curar a su marido que estaba enfermo, se podía notar ojeroso y pálido como si se tratara de un cuerpo en descomposición. Entre tanto la mujer preparaba el almuerzo, él estaba en el baño aseándose. La mujer preparaba un manjar único.
Pues era una pata de pollo con muslo incorporado, pero esta carecía de cocción suficiente ya que estaba como viva, se movía como si aun el pollo estuviese temblando de frío o dolor, la mujer llevó el banquete hasta la habitación y desmembró el hueso que estaba anclado en la pata-muslo, era largo y pareciese que el pollo macabramente temblaba cuando esta le arrancaba su extensión ósea.  Una vez que le quito eso lo escondió y el marido salió del baño a degustar el platillo enfermizo de su mujer, tomo el tenedor y le arranco un trozo, lo engullía como si fuese el ultimo día de su vida, como si fuese a atragantarse masticaba mientras el alimento suprimía un liquido blancuzco y un quejido de horror.

Después del almuerzo, la mujer le dijo si quería ver algo en la televisión, que de por cierto era muy ambigua, blanco y negro. La casa era realmente espectral, no se veían más que un par de sillas, una mesa con una bandeja de pan mohoso y unas cuantas copas sucias.
Es ahí entonces cuando la mujer le pregunto a su marido si quería una copa de vino, a lo cual el con una sonrisa mórbida dijo que si. En su boca se podía notar como las encías sangraban un líquido negro y sus dientes padecían de un estado asqueroso.

La mujer fue a la cocina y puso tres vasos de porcelana, uno para ella, una para el familiar amigo, la ultima para su marido, en las dos primeras puso un vino de suave talante, que mezclaba aromáticas notas y colores carmesíes, en la de su marido uso otra botella, una que contenía un brebaje espeso y con grumos, aparentemente era una mezcla de sangre y vino, con unas notas muertas y coágulos que se podían ver en el final de la taza. Los tres bebieron del vino. Al terminar se quedaron viendo la televisión durante corto tiempo; el lúgubre y descompuesto rostro de su marido empezaba a aflorar un toque de color y primavera interior.

El reloj de péndulo fue marcando las horas, los tres sujetos mirando el mismo reloj durante horas, hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo, fueron quedando hipnotizados por las manecillas de cada tiempo. La mujer se levanto de la silla, y fue a la cocina, tomo una bolsa apestosa de la nevera y saco un trozo de carne. Al abrir el paquete se pudo experimentar el toque mas crudo, eran riñones humanos en fermentación, los machaco con un palo, y los trituro para hacer un delicioso pate con ellos, acompañados de hongos y un puré de calabaza duro y seco. Le dio de comer a su marido en esa cena, todos con una mirada muerta que poco a poco iba dando vida y charla a los individuos cuando éste consumía aquellos nauseabundos alimentos.

Todo ello a mi vista que estaba detrás del televisor. Pude salir de aquella escena, cerrando la puerta y me fui de aquella casa andrajosa y desollada. 

Camine por un barrio muerto hasta llegar a una librería, entre con el interés de ver que habitaba allí. Me encontré con escalones centrales en medio de librerías que estaban a los costados, la subida de escaleras iba hasta un sitio que mis ojos no podían alcanzar, subí un par de escaleras, vi una mesa con muchos libros apilados y una fogata por delante bajo una chimenea con atizadores. Me senté en una silla de madera y comencé a hojear libros hasta toparme con uno de Rembrandt, que en su lomo decía 1898, en ellas vi unas obras alucinantes en la que se destacaba un cuadro en el que un sapo era iluminado por una estela de centelleantes rayos y agua por doquier.

Me lance al suelo de espaldas, y mi dorso se mimetizo con el alfombrado rojo con flores de lis que adornaban el territorio, comencé a llorar y en la sala empezó a llover de forma torrencial, el suelo se volvió adiposo y grasiento, subió el fango hacia arriba y de el mismo hoyo de donde salía la tierra apareció un sapo enorme de 1 metro,  el techo relampagueaba y con una cámara de celular, logre tomar una foto mientras me arqueaba boca arriba para ver como las centellas iluminaban aquel anfibio; luego de tomar la foto dejo de llover y pude reincorporarme a la silla para ver como había salido la imagen. Pues salió casi idéntica, salvo que una era una pintura y la otra una fotografía.

Luego me fui de la escena para nunca mas regresar.   

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