En una casa harapienta, que
estaba en plena calle. La casa padecía de un aspecto podrido, seco y desolado. Imágenes
pasaron por mi vista, con un retardo de segundos, diferentes perfiles y ángulos.
Ramificaciones de todos lados salían por doquier y paredes caídas sellaban el camino
hacia algunos sitios.
En ella vivía una señora grande,
de una edad mayor corpulenta de bajos recursos, siempre aparecía en una cocina
tomando algo de una taza vacía; sus grises y ciegos ojos me vigilaban cada vez
que pasaba por el sitio. En la parte trasera habitaban personas que carecían de
cordura mental. Cada una tenía una manía extraña, uno de ellos por ejemplo
manipulaba esferas de vidrio, las balanceaba por sus palmas, y luego gritaba
para resquebrajarlas.
Otro tenía la fantasía de que era una pluma de aire, se subía a los árboles,
trepaba hasta llegar a la cumbre y luego se tiraba, al caer soplaba y caía lentamente,
como si de verdad fuese una pluma. No obstante en ese recorrido había un francés
llamado Bertrand que jugaba con serpientes, él decía que las serpientes lo hacían
sentir bien, el decía “la sabiduría vienen de ellas y en ellas se van” Me
contaba como manipular fuego sobre el agua, o como quemar un desierto con
lamentos. Sabía que este hombre tenía una respuesta que necesitaba, antes de
que balbucee para preguntarle, me agarro de la camisa y poniendo su cráneo contra
el mío me dijo, la respuesta a tu pregunta es la escritura, hacía gestos con
los dedos y extraños garabatos en el aire mientras repetía, “la escritura”.
Yo: Pero yo…
Bertrand: La escritura
Yo: ¡es que no te he contado!
Bertrand: ¿tu pregunta es saber dónde
estás verdad?
Yo: Si, ¿pero cómo lo sabes?
Bertrand: La escritura. respondió
(mientras garabateaba)
Se acercó hacia mí y me murmuro
una pequeña pista, dijo algo asi como “escríbenos y seremos libres, dibújanos y tomaremos forma, recuérdenos y tus
preguntas serán contestadas”