En una aldea casi desolada, rodeada de hierba de un color
verde enérgico, la oscuridad azotaba el mundo. Solo el fuego existía como único
sustento de luz.
De esa aldea, en una choza que olía a tabaco… emergió un
anciano de barbas largas; echo a mirar ese oscuro plano que sumía su mundo
agónico. Y en el medio de la nada aparecieron unos extraños seres, parecían
calamares o medusas… estos navegaban en el aire, destellaban colores que los
aldeanos estaban asombrados. Puesto que no había tales seres que reflejaran estas
señales. De sus extensos tentáculos emanaban colores rosáceos y verdes
centelleantes, junto con una luz que resplandecía todo el sitio. Los aldeanos
comenzaron a mirar estrepitosamente los dibujos que hacían en el aire. De repente el viejo anciano abre su boca; de alguna manera
invitando a que uno de ellos hable. Y apresuradamente este ser luminoso se
introduce en la boca del anciano, y automáticamente se cierran en un capullo
que se seca… a los pocos segundos. Se abre tal como una flor, cual despeja
pétalos de fuego anaranjados que gotean un líquido cristalino, de los pistilos
nace una especie de esponja blanca diminuta que se eleva con el viento y planea
hacia el oscuro plano.
Destellos aparecieron en “el arriba”, como si algo estuviera
por caer…. Una especie de trazo se formó creando un nuevo paisaje que
teñía de costa a costa ese oscuro plano en celestes y azules… de ellas
procedían unas siluetas esponjosas blancas que cubrían casi todo. Y de la nada…
apareció el día.
El anciano miro hacia arriba y con voz clara dijo: “Y así, es
como se creó el cielo”
La última gota de la flor de fuego cayó al suelo. Y se
empezó a ahogar todo el sitio, dejando a la aldea en una pequeña montaña de
tierra seca, con algunos árboles y plantas, desolada en medio de esa masa
acuática. Esa isla. El anciano entonces dijo: “Y así, es como se creó el
mar”
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